Agazapadas entre el pinar, algunas hayas asoman durante la bajada del puerto de Piqueras por la Nacional 111. Sorprende ver aquí al árbol típico de las montañas de la España húmeda, ya que estamos en la divisoria de las cuencas del Ebro y el Duero: a pocos kilómetros domina el secano, el viñedo y el monte mediterráneo.

 

A medida que la carretera pierde altura, sobre todo en las laderas de umbría, las hayas llegan incluso a formar verdaderos bosques, hasta el punto de recordarme un valle asturiano.Y es que el Parque Natural de la Sierra de Cebollera, el primer espacio protegido riojano —ahora cumple diez años— es una verdadera cuña de naturaleza norteña que se adentra en el adusto paisaje castellano.

mapa de la sierra cebollera

 

Antaño, la trashumancia impulsó una boyante industria textil

Demasiado descolgado de los hábitats que acogen la gran fauna del norte ibérico, en las 23.000 hectáreas del Parque no viven osos, lobos o rebecos. Pero sí que es, junto con otros macizos cercanos de este sector del Sistema Ibérico, la avanzadilla meridional de algunas especies casi desconocidas en estas latitudes: pequeños mamíferos como el lirón gris y el topillo rojo, reptiles como la víbora áspid y el lagarto verde y aves como el mirlo capiblanco, el carbonero palustre, el camachuelo común y el agateador norteño. Además, es uno de los pocos refugios ibéricos, al margen de sus bastiones en la cordillera Cantábrica y los Pirineos, de la perdiz pardilla, pariente de montaña de las mucho más comunes perdices rojas.

 

También alberga la principal población en España de Epipogium aphyllum, conocida como orquídea fantasma, escasísima planta propia de los hayedos. Seduce imaginar que antaño, durante siglos, decenas de miles de ovejas, procedentes de Extremadura y otras zonas del sur de España, entraban por el puerto de Piqueras para aprovechar durante el verano los pastos frescos de la sierra de Cebollera y otros montes pertenecientes a la comarca de Los
Cameros.

 

Hoy, el viajero sólo puede acercarse a ese mundo ya casi desaparecido de los pastores antiguos visitando el Centro de la Trashumancia, abierto en Venta de Piqueras. A este pequeño grupo de construcciones tradicionales, que incluye un restaurante cuya terraza, si el tiempo acompaña, es ideal para comer al aire libre entre prados y bosques de montaña, se llega tomando un desvío nada más rebasar el puerto y atravesar la entrada al Parque Natural (atravesar el puerto si venimos de Soria, si venimos de Logroño es justo antes del puerto de Piqueras).

 

La disponibilidad de un recurso tan apreciado como la «lana fina«, producida por la raza merina —ganadería trashumante por excelencia—, dio lugar en su día a una boyante industria textil. Incluso se decía que la nobleza que explotaba el ganado y las fábricas de la zona llegó a tener la mayor renta per cápita de Europa.

Las viejas casonas restauradas de Villoslada de Cameros, situado en la ladera de un monte, hablan de su pasado señorial. A la derecha, un rebaño de ovejas pasta cerca de este pueblo rodeado de pinos, hayas y robles.

 

Testimonio de este pasado esplendor es la fábrica de paños de Villoslada de Cameros: contemplar sus ruinas, a la vera del río Tregua, da idea del magnífico edificio que debió de ser. Tan importante era esta economía que en el siglo XVIII, en virtud de una carta de privilegios concedida por Carlos III, los quintos cameranos se libraban del servicio militar para trabajar en la industria lanar o como pastores. Sin embargo, a partir del siglo XIX, el impulso dado a la agricultura en detrimento de la ganadería y la crisis del mercado de la lana condujeron al cierre de las fábricas cameranas y la progresiva desaparición de los rebaños trashumantes.

 

Muchos lugareños se vieron obligados a emigrar en busca de una nueva vida; Sudamérica, especialmente Chile, fue un destino habitual. Al pasear por las empinadas calles de Villoslada de Cameros desemboco en una plaza que lleva precisamente el nombre de este país. A la salida del pueblo está el Centro de Interpretación del Parque Natural, con una exposición dedicada a los valores naturales y el mundo rural.

 

Allí podremos obtener información sobre los seis senderos señalizados que recorren este espacio protegido. Un au-diovisual refleja cómo era la vida de los habitantes de la sierra a través de los recuerdos que desgrana una vecina del pueblo. Desde este centro, unapista asfaltada permite remontar en coche el río Ire-gua. Pasa junto al refugio de Achichuelo-La Blanca, con mesas y barbacoas que se llenan durante los fines de se-mana, y alcanza la ermita de la Virgen de Lomos de Orio, a más de 1.400 me-tros de altitud, que es uno de los lugares más visitados de la zona. Desde ambos puntos parten paseos para internarse en el bosque, donde predomina un arbolado joven, de porte aún no muy desarrollado. Y es que, por increíble que parezca, hace menos de 200 años la sierra de Cebollera era más bien una sucesión de montes pelados, alfom-brada de pastizales. La disminución de la presión ganadera y el cese de la de-manda de leña y carbón vegetal por parte del sector textil permitieron que el matorral, primero, y el bosque, a continuación, colonizaran las tierras de donde los rebaños se iban retirando definitivamente. Por encima de las hayas, a las que generalmente sustituye el roble melojo en las zonas más bajas y soleadas, pero por debajo de la zona de cumbres (con alturas que sobrepasan los 2.000 metros), se aprecia una extensa franja siempre verde de pinar. Las masas de pino silvestre se han convertido hoy en día en el paisaje característico del Par-que, además de sustentar la actual base de la economía local. Estos bosques son, en efecto, el principal reclamo para un nuevo turismo que está des-cubriendo la particular naturaleza de la sierra de Cebollera, enriquecida por los vestigios de una formidable cultura pastoril inscrita en los pueblos y los paisajes.